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Flores ensangrentadas (Parte 15)

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Aquél fue un anochecer denso, fúnebre y melancólico. La montaña del este brillaba con un tenue resplandor de plata. La Condesa tenía la cabeza hundida entre mis muslos, y yo, tendida lánguidamente en la cama, le acariciaba el lacio y fino cabello dorado. De repente alcancé a vislumbrar un débil haz de luz que entraba por las ventanas, y el murmullo nervioso de varias voces entremezcladas llegó a nuestros oídos. Aneska dejó de chupármela y ambas nos paramos a un costado de la cama, sobresaltadas. Aneska se asomó al ventanal, su cuerpo, desnudo y magnífico, brilló a la luz del último sol como un ídolo erótico. Yo también me asomé. Abajo, sobre el sendero que subía por la montaña, una columna de personas caminaba hacia el castillo esgrimiendo antorchas, palos y horquillas. Eran muchos, demasiados, y se acercaban a los pies del Gran Castillo Blanco como una horda asesina dispuesta a matar o morir. Mis ojos, dotados de repente de una agudeza animal, alcanzaron a escarbar en la muchedumbre, y allí fue cuando vi a mis padres. Avanzaban en mitad de la horda, con un brillo terrible en la mirada. Avanzaban con la inclaudicable decisión de las personas sin nada que perder, resueltos a vengarse y resueltos a matar. Venían por la Condesa, venían a destruirla y a destruir su imperio. Los espíritus dentro del castillo comenzaron a sobresaltarse, gritos y gemidos lastimosos resonaban en los lejanos y oscuros pasadizos, monstruos y seres endemoniados lloraban y se revolvían entre basura y excrementos. Giré la cabeza y vi a Aneska agazapada como un animal acorralado. Sus ojos estaban rojos, rojos como la muerte y rojos como la sangre.

-          Ven Katherine-me dijo-ven, toma mi mano…               

Obedecí sin dudarlo. Desnudas escapamos a través de los intrincados laberintos hasta llegar a la parte baja del castillo. Los sonidos de la horda reverberaban en las paredes como un brutal estallido. Las doncellas de ultratumba corrían desesperadamente por los amplios salones chillando como alimañas. La muerte se aproximaba, se cernía sobre el palacio como un manto denso e inevitable. Los centinelas calvos que aguardaban en la entrada fueron los primeros en caer, desmembrados por la furia de la horda.

-          - ¡Maldita bruja!-gritó el líder del tumulto, un gordo con el pecho y los hombros llenos de pelo-¡Sal aquí afuera, muestra tu cochina cara!

La horda estalló en un estridente grito de batalla.

-          - ¡Devuélvenos a nuestras niñas demonio, devuélveme a mi niña!-exclamó otra mujer, y reconocí en ella la voz de mi madre.

Gritando desaforadamente comenzaron a incendiar la entrada. El inmenso portal de madera y metal ardió como una pira fúnebre. Dentro, Aneska y yo veíamos a nuestras doncellas huir y retorcerse poseídas por espíritus brutales y sacrílegos. Los aldeanos enardecidos ingresaron al castillo, y comenzó la masacre. Las niñas no pudieron defenderse, una a una fueron cayendo bajo las chuchillas de la horda. Una a una, una a una. Despedazadas, decapitadas, quemadas, mutiladas. Demonios oscuros y hediondos clamaban dentro de ellas, los demonios inmundos que Aneska Börzony les había inoculado. Fuego, sangre, vísceras, cuerpos decapitados, cabezas de jóvenes vírgenes rodando por el suelo. El Gran Castillo Blanco comenzó a sacudirse sobre sus cimientos, la horda enfurecida había penetrado en él, destruyendo, incendiando, invadiendo con un fulgor de antorchas la tétrica oscuridad de sus intrincados pasadizos. Aneska y yo corrimos escaleras arriba y nos refugiamos en la atalaya del castillo. El oscuro cielo de Hungría opacaba con un manto de nubes tormentosas los densos bosques y las escarpadas montañas. Desde abajo nos llegaban los mortales rugidos de la horda y los gemidos desesperados de las doncellas de ultratumba. El final estaba llegando, apretándonos como una imponente garra de tigre. Los pisos inferiores del Gran Castillo Blanco comenzaron a arder. Aneska y yo, desnudas en la atalaya del palacio en llamas, nos miramos con pavor y resignación, estupefactas ante lo inevitable. Y allí, sobre los cimientos arrasados por el fuego, vi en los profundos ojos de Aneska Börzony mi propio reflejo, y comprendí que nada podía hacer para escapar de ella, que nuestros destinos permanecerían unidos para siempre, por los años, los siglos y los milenios, entrelazados por los códigos de una nueva sangre. El fuego estalló a nuestras espaldas. Las llamaradas se alzaron en el aire e iluminaron el cielo encapotado. La horda se acercaba a nosotras, abriéndose paso entre las paredes humeantes. Aneska me miró salvajemente, como si estuviera a punto de devorarme. Abrió la boca y sus colmillos brillaron como pequeños estiletes.

-          - ¡Ven Katherine, apúrate!-dijo, palpándose el cuello-¡Ven, muérdeme! ¡Únete a mí para siempre!

Yo sentí al monstruo abrirse paso en mi interior, nacer de mí, doblegarme. Corrí hacia ella y la abracé con todas mis fuerzas. Su cuerpo perfecto palpitó entre mis brazos, sus pechos se aplastaron contra los míos y su cuello se infló como una fuente de vida. Apoyé mis labios sobre él y toqué su carne con la afilada punta de mis colmillos. Entonces la mordí, la mordí sin piedad ni clemencia, en un impulso casi animal. La mordí, me hundí en sus venas y su sangre saltó a borbotones como un desbocado rio carmesí, llenándome, dotándome de una nueva vida, una vida irracional, salvaje, primitiva. La horda de aldeanos nos rodeó entre los clamores de la batalla. Alguien me golpeó la cabeza y me empujó hacia atrás. Una cuchilla resplandeciente surcó el aire y dio de lleno en el cuello de la Condesa desnuda. Su hermosa cabeza voló por los aires como una cometa dorada, dejando en su vuelo imperceptibles esquirlas de sangre. Yo grité como una loba herida, atravesada por el asco y por la pena. El cuerpo decapitado de Aneska Börzony tembló y cayó al suelo entre grotescos estertores. La horda chilló y el eco se extendió sobre los bosques como un repulsivo grito de triunfo.



No me mataron, no sé porque, pero no me mataron. Tampoco mataron a Aneska. Su espíritu está allí, acechándome, acosándome, viviendo en los bosques despojados y en la nieve blanca, deslizándose como un duende sobre el agua gélida de los lagos y en las nubes grises que cubren el cielo. Yo estoy aquí, en la aldea que me vio nacer, encerrada en una jaula apestosa. Mis padres me miran con un odio seco, y sé que buscan en esto que soy rastros de la vieja Katherine. Pero no, ya no soy la misma. Soy un ser nocturno queriendo escapar de esta novida. Soy un vampiro, un monstruo, un parásito. Veo la aldea arrasada, los campesinos esgrimiendo su triunfo, los animales de labranza gritando en la lejanía. Siento asco, quiero matarlos a todos, morderlos y llevarlos conmigo al Reino de las Tinieblas. Mátenme, mátenme y déjenme escapar con ella hacia la oscuridad eterna.

Allá voy Aneska Börzony, allá voy Condesa de la Muerte. Allá voy.

Espérame.  

(Continúa en la próxima entrega)*

*A partir de la entrega número 16 la historia retoma lo narrado hasta el capirulo 6.

































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